Sunday, March 18, 2007
El Presidio Político en Cuba: III
Unos hombres envueltos en túnicas negras llegaron por la noche y se reunieron en una esmeralda inmensa que flotaba en el mar. ¡ Oro ! ¡ Oro ! ¡ Oro ! dijeron a un tiempo y arrojaron las túnicas y se reconocieron y se estrecharon las manos huesosas y movieron saludándose las cadavéricas cabezas. - Oíd - dijo uno. La desesperación arranca allá bajo las cañas de las haciendas; los huesos cubren la tierra en tanta cantidad que no dan paso a la yerba naciente; los rayos del sol de las batallas brillan tanto, que a su luz se confunden la tez blanca y la negra; yo he visto desde lejos a la Ruina que adelanta terrible hacia nosotros; los demonios de la ira tienen asida nuestra caja y yo lucho y vosotros lucháis y la caja se mueva y nuestros brazos se cansan y nuestras fuerzas se extinguen, y la caja se irá. Allá lejos, muy lejos, hay brazos nuevos, hay fuerzas nuevas; allá hay la cuerda de la honra que suele vibrar; allá hay el nombre de la patria desmembrada que suele estremecer. Si vamos allá y la cuerda vibra y el nombre estremece, la caja se queda; de los blancos desesperados haremos siervos; sus cuerpos muertos serán abono de la tierra; sus cuerpos vivos la cavarán y la surcarán, y el África nos dará riquezas, y el oro llenará nuestras arcas. Allá hay brazos nuevos, allá hay fuerzas nuevas; vamos, vamos allá. - Vamos, vamos, dijeron con cavernosa voz los hombres, y aquel cantó, y los demás cantaron con él. "El pueblo es ignorante y está dormido. "El que llega primero a su puerta, canta hermosos versos y lo enardece. "Y el pueblo enardecido clama. "Cantemos, pues. "Nuestros brazos se cansan, nuestras fuerzas se extinguen. Allá hay brazos nuevos, allá hay fuerzas nuevas. Vamos, vamos allá". Y los hombres confundieron sus cuerpos, se transformaron en vapor de sangre, cruzaron el espacio, se vistieron de honra y llegarón al oído del pueblo que dormía, y cantaron. Y la fibra noble del alma de los pueblos se contrajo enérgica, y a los acordes de la lira que bamboleaba entre la roja nube, el pueblo clamó y exhaló en la embriaguez de su clamor el grito de anatema. El pueblo clamó inconsciente y hasta los hombres que sueñan con la federación universal, con el átomo libre dentro de la molécula libre, con el respeto a la independencia ajena como base de la fuerza y la independencia propias, anatematizaron la petición de los derechos que ellos piden, sancionaron la opresión de la independencia que ellos predican y santificaron como representante de la paz y la moral, la guerra de exterminio y el olvido del corazón. Se olvidaron de sí mismos y olvidaron que como el remordimiento es inexorable, la expiación de los pueblos es también una verdad. Pidieron ayer, piden hoy, la libertad más amplia para ellos y hoy mismo aplauden la guerra incondicional para sofocar la petición de libertad de los demás. Hicieron mal. España no puede ser libre mientras tenga en la frente manchas de sangre. Se ha vestido allá de harapos y los harapos se han mezclado con su carne y consume los días extendiendo las manos para cubrirse con ellos. Desnudadla, en nombre del honor. Desnudadla en nombre de la compasión y la justicia. Arrancadla sus jirones aunque la hagáis daño, si no queréis que la miseria de los vestidos llegue al corazón y los gusanos se lo roan, y la muerte de la deshonra os venga detrás. Un hombre sonoro, enérgico, vibró en vuestros oídos y grabú en vuestros cerebros: ¡ Integridad nacional ! Y las bóvedas de la sala del pueblo resonaron unánimes: ¡ Integridad ! ¡ Integridad ! Hicisteis mal. Cuando el conocimiento perfecto no divide las tesis, cuando la razón no separa, cuando el juicio no obra detenido y maduro, hacéis mal en ceder a un entusiasmo pasajero. Cuando no os son conocidos los sacrificios de un pueblo; cuando no sabéis que las doncellas bayamesas aplicaron la primera tea a la casa que guardó el cuerpo helado de sus padres, en que sonrió su infancia, en que se engalanó su juventud, en que se reprodujo su hermosa naturaleza; cuando ignoráis que un país educado en el placer y en la postración trueca de súbito los perfumes de la molicie por la miasma fétida del campamento, y los goces suavísimos de la familia por los azares de la guerra, y el calor del hogar por el frío del bosque y el cieno del pantano y la vida cómoda y segura por la vida nómade y perseguida y hambrienta y llagada y enferma y desnuda; cuando todo esto ignoráis, hacéis mal en negárselo todo, hacéis mal en no hacerle justicia, hacéis mal en condenar tan absolutamente a un pueblo que quiere ser libre, desde lo alto de una nación que, en la inconsciencia de sí misma, halla aún noble decir que también quiere serlo. Olvidáis que tuvo la garganta opresa y el pecho sujeto por manos de hierro; olvidáis que la garganta se enronqueció de pedir y el pecho se cansó de gemir oprimido; olvidáis su sumisión, olvidáis su paciencia, olvidáis sus tentativas de sumisión nueva, ahogados por el conde de Valmaseda en la sangre del parlamentario Augusto Arango. Y cuando todo lo olvidáis, hacéis mal en divinizar las garras opresoras, hacéis mal en lanzar anatemas sobre aquello de que, o nada queréis saber, o nada en realidad sabéis. Porque era preciso que nada supieseis para hacer lo que habéis hecho. Si supierais algo y lo hubierais hecho, lo vería y lo palparía y diría que era imposible que lo veía y lo palpaba. Un hombre sonoro, enérgico, vibró en vuestros oídos y grabó en vuestros cerebros: ¡ Integridad ! ¡ Integridad ! Y las bóvedas de la sala del pueblo resonaron unánimes: ¡ Integridad ! ¡ Integridad ! ¡ Oh ! No es tan bello ni tan heroico vuestro sueño, porque sin duda soñáis. Mirad, mirad hacia este cuadro que os voy a pintar y si no tembláis de espanto ante el mal que habéis hecho y no maldecís horrorizados esta faz de la integridad nacional que os presento, yo apartaré con vergüenza los ojos se esta España que no tiene corazón. Yo no os pido que os apartéis de la senda de la patria, que seríais infames si os apartarais. Yo no os pido que firméis la independencia de un país que necesitáis conservar y que os hiere perder, que sería torpe si os lo pidiera. Yo no os pido para mi patria concesiones que no podéis darla, porque o no las tenéis, o si las tenéis os espantan, que sería necedad pedíroslas. Pero yo os pido en nombre de ese honor de la Patria que invocáis, que reparéis algunos de vuestros más lamentables errores, que en ello habría honra legítima y verdadera; yo os pido que seáis humanos, que seáis justos, que no seáis criminales sancionando un crimen constante, perpetuo, ebrio, acostumbrado a una cantidad de sangre diaria que no le basta ya. Si no sabéis en su horrorosa anatomía aquella negación de todo pensamiento justo y todo noble sentimiento; si no veis las nubes rojas que se ciernen pesadamente sobre la tierra de Cuba, como avergonzándose de subir al espacio, porque presumen que allí está Dios; si no las veis mezcladas con los vapores del vértigo de un pueblo ávido de metal, que al tocar la ansiada mina que en sueños llenó de miel su vida, ve que se le escapa y corre tras ella desalentado, loco, erizados los cabellos y extraviados los ojos, ¿ por qué firmáis con vuestro asentimiento el exterminio de la raza que más os ha sufrido, que más se os ha humillado, que más os ha esperado, que más sumisa ha sido hasta que la desesperación o la desconfianza en las promesas ha hecho que sacuda la cerviz ? ¿ Por qué sois tan injustos y tan crueles ? Yo no os pido ya razón imparcial para deliberar. Yo os pido latidos de dolor para los que lloran, latidos de compasión para los que sufren por lo que quizá habéis sufrido vosotros ayer, por lo que quizá, si no sois aún los escogidos del Evangelio, habréis de sufrir mañana. No en nombre de esa integridad de tierra que no cabe en un cerebro bien organizado; no en nombre de esa visión que se ha trocado en gigante; en nombre de la integridad de la honra verdadera, la integridad de los lazos de protección y de amor que nunca debisteis romper; en nombre del bien, supremo Dios; en nombre de la justicia, suprema verdad, yo os exijo compasión para los que sufren en presidio, alivio para su suerte inmerecida, escarnecida, ensangrentada, vilipendiada. Si la aliviáis, sois justos. Si no la aliviáis, sois infames. Si la aliviáis, os respeto. Si no la aliviáis, compadezco vuestro oprobio y vuestra desgarradora miseria.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment